Me sentaba en el poste de la puerta, delante del porche. La manguera era de goma de un color rojo gastado y regaba con un pico de bronce todo el jardín delantero y el césped. Las tardecitas olían a fresias y jazmín de lluvia y yo disfrutaba mojando las ramas de los plátanos como lo haría hoy si pudiese estar en esa casa.
Siempre aparecía un conocido que se detendría a charlar un rato, pese a que viviera a más de cuatro cuadras de la mía, todos sabíamos quién era el otro, al menos donde vivía.
Si hacía mucho calor la noche nos encontraba en las puertas, en los "césped" con las reposeras de madera y la lona a rayas, tomando un trago, preparando una picada o simplemente charlando alrededor de un espiral que espantaba a mosquitos y alérgicos. El verano era asi. Un tiempo de espera de la nochebuena, reunión de la familia de cohetes, pertardos y clericó con moscato.El primo Cristian admirado por todos, por su físico enorme, por ser militar, por haber sido paracaidista y comando, porque fue "liceísta" diría Antonia. Que cosa esa de "ser tal o cual". Yo no era nada, a lo sumo me creía un observador, pero nadie lo notaba. Admiraba la prolijidad del abuelo, el Tata, el jefe de la familia que lucho mil batallas en Brasil y nunca pudimos saber como llegó a la argentina, escapando de qué muertes.
Y si nombro la muerte, aparece el fantasma de Doña Catalina la mamá de Carlitos, una gringa vestida completamente de negro con una cabellera blanca larga recogida que parecía estar muerta mucho antes de estarlo. Así era el barrio. Bajito, de calles con siestas y navidades, de mosquitos y calores, de inviernos de estufa a kerosene y olor a hogar.
Jamás hubo un desatino en casa. Nunca supe si los abuelos tenían o habían tenido sexo. Era algo tan misterioso, como tratar de comprender que nos mantenía juntos a todos siendo tan distintos cada uno. Se que el voluntariado de la abuela molestaba al viejo brasileño, haciendo que cada martes, como un ritual esperara en la cocina en penumbras y escuchando a Evaristo Monti por la vieja radio a que regresara Catita.
Más allá, en la otra cuadra estaba "el Capitán", Rogelio, un viejo cabrón con el cuál terminamos siendo grandes amigos años después. Nunca vi césped tan prolijo y tan regado sin que se transformara en alga en virtud de la cantidad de agua que le tiraba cada día.
Eran días de paz, sin sensaciones de inseguridad, sólo robaban los ladrones de vez en cuando, pero si no había nadie en la casa. Sabíamos que algo pasaba, los setenta no eran fáciles para nadie. En mí familia las charlas de política eran habituales, pero todos eramos fachos y antiperonistas, o al menos eso pensaba, hasta que de grande descubrí que hubo ERP, Montos , demoprogresistas y hasta un Paco Manrique junto a otros miembros misteriosos que visitaban la casona de Alberdi.
Esa melange política y social, de barrio y discursos me hizo hombre a empujones de mentiras verdaderas. Un padre que había pero no podía nombrarse, una madre casi hermana mayor y un tío que coleccionaba aviones y trenes armados por él. "Energía es igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado", Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año. Todo aprendido de ese tío medio loco y químico que experimentaba en el fondo de casa. Mi planta de naranja lima de Vasconcellos me acompañó y me marcó, había diferencias muy sutiles entre Zezé y yo, pero eran más las cosas que nos unían.
Familia Metodista, de padres separados, fachos, antiperonistas y viviendo todos juntos. La escuela primaria la disfruté pero me angustiaba cuando había reuniones de padres. Nunca fue nadie a las mias, creo que fue lo mejor, era mucho lo ante dicho para un solo alumno.
En casa jamás hubo eructos o flatulencias, esas cosas sucedían afuera, en el kiosco de Mica, con los amigos, como aquella tarde en que Kete eructó de tal manera que la kiosquera preguntó si llamaba al médico. Eramos tan formales que la informalidad se nos vino encima años después, con la adolescencia, las salidas y las motos. Pero esa ya es parte de otra historia.
Germán Hess 2012
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