viernes, 9 de noviembre de 2012

Mojitos de Ile Habana

Venía caminando por Suecia. Era la madrugada de un lunes, y me habitaba un silencio que dolía en la noche seca de Santiago. Recuerdo que los mojitos de Ile Habana me habían pegado de una manera terrible.

Casi llegando a Traiguen decidí tomarme de una reja en una antigua casa. Providencia tenía ese misterio que podría llevar a que Cortazar se hubiese inspirado allí para alguno de sus cuentos. Había una luz encendida en la ventana que daba sobre las glicinas y alguien que me observaba. Me senté sobre el tapial, trate de enfocar la mirada y descubrir quién era. el movimiento suave de un brazo que me saludaba me sobresalto, era muy raro que no llamaran a los Carabineros pensé y decidí seguir como podía caminando hasta mi casa. ¿Qué significó ese saludo? ¿Debería haberlo contestado? ¿Vuelvo?
Volví. Me paré frente a la casona inmensa y ocre, el olor a las flores húmedas por el rocío me empujaba a pensar que alguien me esperaría. Tome la reja, me apoye en el tapial y nuevamente la luz de la ventana se opaco con la figura de ella. Ella a la madrugada, mirándome. Traté de decir algo y enmudecí de palabras, sólo contesté el saludo anterior con mi mano y ella respondío. No era el Mojito con hierba buena, era real y allí estaba, me marché sonriente. Lo raro fue a la mañana siguiente cuando pasé por la casona y descubrí que estaba en ruinas y abandonada. Fue el mojito.

Germán Hess - 2012

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