Ella está quietita. Creo ver que tiene un dedo en su boca. Usa anteojos y se los acomoda constantemente, como un tic, una especie de ritual, tal vez para parecer más bonita. Su madre o una hermana, no se bien quién es, está en la computadora chateando con un hombre. Ella no habla, sólo mira y se acomoda contra el respaldar de la incómoda silla del ciber.
Una vez me contaba una amiga psicóloga que en una escuela de esas que llaman especial, en un recreo, se estaban peleando dos compañeritas, cuando una de ellas terminó la discusión gritándole “mogólica” a la otra. Siempre me causó gracias ese acto, esa forma de mostrarnos a los que no somos “especiales”, que ellos tampoco desean que los cuidemos tanto. Quieren ser, como vos, o como yo, tan simple como eso, sin tanto INADI, sin tanta ceremonia de respeto.
Sigo observando a mi compañera de ciber, ya se ha dado cuenta que estoy escribiendo y creo que sabe que es acerca de ella. Me mira, se acomoda los anteojos nuevamente. Me sonríe
Es bonita, está en paz y lo transmite, me siento pleno, como si pudiese escribir mil horas, por la sola razón que me dio paz y me autorizó a que les cuente de su vida.
No sé como se llamará, pero la bauticé Silvina. Chicos Down, les dicen, especiales, algunos otros. Yo sólo la llamaré Silvina.
Germán Hess 2011
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