En los fértiles valles, que demonizan, me adjudico la cumbre de tu monte
hasta llegar al propio Infierno que produce.
Hundo los dientes en tu carne, buscando el
estertor final y el gemido, el olor volátil de tu cuerpo.
Yo no existo y tú ya no eres, tan solo mis dedos que dibujan
placeres.
Sólo nos resta atrincherarnos en la oscuridad del cuarto y
presagiar qué acabaremos convertidos en una
fábula que el cuerpo anhela.
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